Sus tacones resuenan por toda la
mazmorra. Su capa negra ondea en el aire por la corriente. Su rostro oculto
bajo la capucha con la vista fija al frente.
Las cadenas no tardan en oírse, los
presos se acurrucan al fondo de sus celdas pues ese sonido solo puede
significar una cosa: una nueva misión de la Rosa Negra.
Se oye cada vez más cerca,
rompiendo el silencio sepulcral. Un hombre ensangrentado es arrastrado por los
siervos de la Rosa. Unos seres fríos como el hielo…Vampiros…De inconfundibles
ojos carmesí, tan rojos como rubíes, su piel pálida cuya única debilidad es la
luz del sol. Llevan al reo a la misma sala donde desapareció la misteriosa
mujer, repleta de artilugios de tortura.
La mujer espera de espaldas, ya
sin la capa, su larga melena morena cayendo por su espalda, el corset negro ciñendo
su cintura, los pantalones de cuero y las botas altas por encima de la rodilla.
En su mano, enroscado como una serpiente sostiene el látigo terminado en tres
garfios afilados de plata.
Colocan al hombre de espaldas en
un marco de madera con las muñecas y los pies atados por grilletes. Sobre su
cabeza colocan una capucha negra y con una cuerda la ciñen al cuello. Los siervos
se retiran y se colocan en formación con los brazos cruzados.
Ella se da la vuelta lentamente,
observando al reo y la gravedad de sus heridas, sus profundos y perspicaces
ojos violetas lo escudriñan en busca de mordeduras.
Acerca su rostro al oído oculto
del reo y susurra:
- -¿Eres un lobito? – clava sus largas uñas negras
en sus costillas traspasando la piel.
- -No sé de qué habla… - acierta a decir tras un
grito que retumba por toda la mazmorra.
-Bien, veamos si esto te refresca la memoria… -
clava las uñas de la otra mano en su otro costado haciéndole gritar de nuevo retorciéndose.
-
-No…No…- todo su cuerpo convulsiona por el dolor.
Sus tacones suenan de nuevo alejándose
del reo. Despliega el látigo que tintinea en el suelo al contacto de los
ganchos. Descarga el látigo sobre el marco de madera.
-
-La próxima no fallaré…¡¡Habla!
Por toda respuesta leves gemidos.
Descarga de nuevo el látigo esta vez desgarrando la carne del reo que trata de
zafarse de las ataduras. Vuelve a descargar una y otra vez hasta que el reo se
desmaya. Sus heridas comienzan a llenarse de yagas reaccionando a la plata.
Deja el látigo ensangrentado colgando
del marco, coge un cuenco y empieza a espolvorear su contenido por las heridas
abiertas de su espalda. El reo despierta del golpe agonizando de dolor.
- -La sal cura las heridas…¿No crees? – sonríe con
malicia – Vas a decirme donde se esconden los rebeldes… Krave, traela…
Él asiente y sale a toda
velocidad, sigiloso. Regresa con una mujer atada de pies y manos dejándola caer
sin mucha delicadeza. La cara totalmente deformada por los golpes, sus manos
sangran por donde deberían estar las uñas, la ropa rasgada y heridas del mismo
látigo.
-
-Ahórrale sufrimiento, aunque los hombres no son
muy dulces que digamos. Y ya ha pasado un infierno…- silencio por respuesta.
Rodea a la mujer de rodillas frente a ella y clava una uña donde antes habría
una suya. El grito es atronador - ¿Dudabas de que fuera ella? Pues ya lo ves,
habla.
Tras un largo silencio y varios
intentos de levantar la cabeza para asentir.
-
-Están…En el…Valle Oscuro…Soltadla… - susurra.
- -Así que el Valle Oscuro. Cogedles, nos vamos de
caza.
Coloca una rosa negra en las manos de la mujer, se pone la capa y
desaparece por la puerta haciendo sonar sus tacones contra la fría piedra de la
mazmorra.
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