Érase una vez una princesa muy, muy hermosa llamada Virginia, que vivía en un reino muy grande y tan hermoso como su princesa. Los árboles eran grandes y verdes, los animales corrían de un lado a otro con alegría y llenos de vida. El sol iluminaba todo el reino de día desde lo más alto del cielo y de noche podían verse siempre todas las estrellas y en lo alto la luna, cuyo resplandor envolvía el reino.
Todo el reino adoraba a la princesa sobre todo su padre, el rey Fabián, que era muy, muy sabio y tenía un sexto sentido que siempre le advertía de las cosas malas. A fin de proteger el reino levantó una muralla a su alrededor y con guardias de día y de noche. Y en cuanto a Virginia, para protegerla de cualquier mal, le regaló un precioso unicornio, pues temía que pudiera ocurrirle algo.
- Hija mía, no te separes nunca de él. – le dijo – Es el único que podrá protegerte del mal, sea cual sea.
- Sí, padre, se lo prometo. – contestó acariciando al animal.
Todo el reino adoraba a la princesa sobre todo su padre, el rey Fabián, que era muy, muy sabio y tenía un sexto sentido que siempre le advertía de las cosas malas. A fin de proteger el reino levantó una muralla a su alrededor y con guardias de día y de noche. Y en cuanto a Virginia, para protegerla de cualquier mal, le regaló un precioso unicornio, pues temía que pudiera ocurrirle algo.
- Hija mía, no te separes nunca de él. – le dijo – Es el único que podrá protegerte del mal, sea cual sea.
- Sí, padre, se lo prometo. – contestó acariciando al animal.
Pero un buen día llegó un mensajero al castillo.
Traía un mensaje de un rey vecino, que decía que iban a hacerles una visita,
pues sabía de la belleza de la princesa y su hijo el príncipe Ariel debía
casarse, por ello, solicitaba un encuentro para que el príncipe y la princesa
se conocieran.
Todo el reino se preparó para recibir a los
invitados. La princesa vistió sus mejores galas, incluso colocó en sus cabellos
una bellísima rosa azul, y esperaba junto a su padre a las puertas del castillo
a lomos del unicornio. Pero algo terrible sucedió. Según avanzaba el príncipe
por el reino, el cielo se iba cubriendo de nubes negras, dejando el reino en
sombras.
La princesa miró a su padre desconcertada, sin
entender lo que ocurría. Entonces, apareció por el horizonte el príncipe a lomos
de un gran dragón negro. Al acercarse, podía verse entre sus labios una rosa
negra.
Al llegar a donde se encontraban la princesa y
su padre, se deslizó por la pata del dragón e hizo una reverencia. Tomó la mano
de la princesa y la besó.
-
Mi nombre
es Ariel, es un placer conoceros, princesa.
En ese instante, la princesa sintió un
flechazo, se enamoró de ese apuesto príncipe de ojos azules. Él le entregó la
rosa negra diciendo que así eran las rosas en su reino, se la colocó en los
cabellos, y ella le invitó a dar un paseo por el jardín de rosas blancas
mientras charlaban. El unicornio y el dragón siempre estaban a su lado, pero
lejos el uno del otro.
Cuando
llegaron al centro del jardín, el príncipe sostuvo las manos de la princesa
entre las suyas y le confesó, que se había enamorado profundamente de ella y
que ahora debía marcharse pero muy pronto volvería. Al marcharse el príncipe
las nubes desaparecieron.
-
Hija,
debes tener cuidado no te separes del Unicornio, solo él te protegerá del mal.
– repetía el rey a su hija.
Pasaron los días y por el horizonte apareció de
nuevo el enorme dragón y tras él, volvieron a aparecer las nubes negras.
El príncipe besó de nuevo la mano de la
princesa y le entregó otra rosa negra, colocándola en sus cabellos nuevamente.
Pero al cogerla la princesa se pinchó con una espina. Limpió la sangre con un
pañuelo, y con solo una gota de sangre el pañuelo se volvió completamente rojo.
La princesa desconcertada miró al príncipe, pero este no supo responder.
Al caer el sol, el príncipe se marchó y
prometió que pasadas dos lunas volvería. Y así lo hizo. Volvieron a pasear
hasta llegar al centro del jardín. Allí el príncipe sostuvo el rostro de la
princesa entre sus manos, pero el unicornio se interpuso entre ellos,
separándolos. La princesa ordenó al unicornio que se marchará del jardín,
desobedeciendo a su padre. El unicornio se marchó con lágrimas resbalando por
su rostro.
Entonces, el príncipe se acercó de nuevo a la
princesa, sostuvo su rostro entre sus manos mirándola a los ojos y la besó
apasionadamente, un beso intenso lleno de amor.
El príncipe se separó lentamente y se despidió
de ella para siempre:
-
No me
volverás a ver, pero nunca me olvidarás…
La princesa trató de retenerle pero él la
apartó con suavidad y continuó su camino, llevándose las nubes con él.
Pasaron los días, la princesa estaba cada vez
más triste, apenas comía y dormía. Tenía terribles
pesadillas con un enorme dragón negro, el dragón del príncipe Ariel. El
unicornio se escapó del castillo y se abandonó del reino.
De repente, pasado un tiempo, apareció a las
puertas del castillo un huevo de dragón con un pergamino. La princesa lo
recogió con cuidado y se lo llevó a la torre. Allí abrió el pergamino que
decía:
“Mientras
esté en el huevo tu reino estará a salvo, cuando nazca todo lo que conoces se
marchitará”
Desde ese día, misteriosamente, los guardias de
las murallas y los habitantes del reino, murieron y el gran muro que lo rodeaba
comenzó quebrarse, dejando al reino indefenso.
Tras darle muchas vueltas al significado de
esas palabras, la princesa entendió que si despertaba se harían realidad sus
pesadillas, debía hallar la manera de evitar que el huevo se rompiera.
Entonces, bajo corriendo las escaleras y atravesó el castillo hasta llegar a la
biblioteca donde su padre leía un libro.
-
Padre,
¿Cómo se puede evitar que nazca un dragón? – le dijo desesperada.
El rey dejó su libro a un lado y buscó en los
libros la respuesta sin éxito. Desesperado, alcanzó un libro en lo alto de una
estantería lleno de polvo. Lo abrió y leyó por unos instantes.
-
Debe
envolverse con pétalos de rosa blanca, al contacto con la cáscara evitará que
se abra. – respondió preocupado –Pero no se deben mover, si se mueve un solo
pétalo, la cáscara se romperá.
La princesa salió del castillo a la carrera
para recoger todas las rosas blancas que pudiera para envolver el huevo
completo. Las subió a la torre, envolvió el huevo con los pétalos y cerró la
ventana para evitar que movieran.
Un día un terrible remolino de aire llegó al
reino quebrando por completo la muralla y arrasando con todo lo que había a su
paso.
Cuando llegó al castillo, estallaron los
cristales en mil pedazos. La princesa trato de proteger los pétalos, pero la
manta que los cubría salió volando separando todos los pétalos y provocando que
el huevo se abriera. El tornado siguió su camino pero el cielo comenzó a
cubrirse de nubes negras, las rosas blancas del reino se volvieron negras, los
árboles se marchitaron y los animales morían sin poder evitarlo.
El joven dragón miró a la princesa y ladeando
la cabeza dijo:
-
Mi nombre
es Sida.
Precioso...gracias por compartir esta historia. ^^
ResponderEliminarCuriosa historia y real como la vida, nunca he entendido a las personas que están juntas simplemente por estar, ni a los que se afanan en despertar unos sentimientos que cuando existen deja de desear.
ResponderEliminarUn saludo, cachorro_md
Linda la historia..... Sin embargo no tienes por casualidad una imagen completa del último dragon?.....
ResponderEliminarMi correo es rubenespana24@gmail.com por favor enviame la foto completa del ultimo dragon
ResponderEliminar